Cuando era niño, me fascinaba coleccionar sellos. Aunque no tenía mucho que pudiera gastar en ese pasatiempo, me gustaba mucho pedir lotes de sellos sin clasificar de todo el mundo. Ingenuamente, soñaba con algún día encontrar algo de valor.
Algunos años después, como misionero de veintiún años de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Uruguay, pensé momentáneamente que ese día había llegado. Estábamos visitando a una anciana alemana que no estaba particularmente interesada en nuestro mensaje. Pero sí quería vender una vieja colección de sellos. No sabía de ningún lugar en Uruguay dónde pudiera venderla, pero se preguntaba si nosotros podríamos desear comprársela. Al mirarla, vi que casi todos los sellos se habían impreso antes de 1900. Yo no tenía idea clara del valor de la colección, pero pude ver posibilidades emocionantes. Logré encontrar $60 para ofrecerle por la mitad de la colección. Mi compañero puso una cantidad igual para la otra mitad. Nos resolvimos que si la colección resultó ser valiosa, sin duda compartiremos nuestros ingresos con la vendedora.
Poco después completé mi misión y regresé a casa. Busqué un catálogo de sellos para averiguar el posible valor de mi mitad de la colección. Me asombré al ver que muchos tenían un supuesto valor de cientos de dólares cada uno. Otros, según el catálogo, valían miles. Según la invitación de la empresa H. E. Harris, la más prestigiosa del país para asuntos de la filatelia, les envié mi colección para que la evaluaran y me hicieran una oferta de compra.
Pasaron varis semanas. Soñé con todo lo que podría hacer con las ganancias. Pensé en la sorpresa feliz que la anciana de Uruguay tendría cuando le enviara su porción.
Finalmente, la colección regresó con una carta adjunta. Ansiosamente la abrí y empecé a leer. Para mi asombro, la carta me informó que casi todos mis sellos eran falsificaciones! Dijeron que había sido una práctica común al comienzo del siglo imprimir y vender facsímiles de los sellos más valiosos. De esa manera los coleccionistas podrían “completar” sus colecciones. En lugar de valer miles de dólares, mi colección de sellos que me costó $60 no valía casi nada.
Uno podría argumentar que los sellos sí tenían un poco de valor. Se veían bien. Tal vez podrían servir para jugar un truco con algunos amigos. En el peor de los casos, uno podría usar la colección como combustible en una noche fría. Pero no valió los $60 que pagué (tal vez alrededor de $600 en el dinero de hoy). Ciertamente no valió los miles de dólares que me había imaginado.
Obviamente, no fui la primera víctima de la falsificación, y ciertamente no seré la última. Sólo en los Estados Unidos, se estima que hay billetes falsificados en circulación con un valor de $70 millones. Más grave, en un año reciente, unos $1,7 mil millones de productos falsificados fueron incautados en nuestras fronteras.
Falsificaciones espirituales
Sin embargo, la falsificación emocional o espiritual que está desenfrenada en el mundo de hoy es infinitamente más seria. Por grave que sea la falsificación de billetes, las autoridades estiman que sólo un billete de cada 10.000 en circulación es falso. Pero probablemente la mayor parte de lo que pasa por “felicidad” en la sociedad actual en realidad es una mala imitación. Al máximo es una forma de “diversión”, o “placer,” o “indulgencia.” Tiene la misma relación con la felicidad verdadera que tenía mi colección de sellos con una versión auténtica.
Jesucristo enseñó que la felicidad profunda y duradera no proviene de perseguirla directamente. Más bien, es el resultado de un estilo de vida y orientación de servicio que inicialmente no suenan muy divertidos. Por ejemplo, Él enseñó que
- “Mas bienaventurado es dar que recibir”. (Hechos 20:35.)
- “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos.” (Mateo 5:11-12.)
- “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará.” (Mateo 10:19.)
- “La maldad nunca fue felicidad.” (Libro de Mormón, Alma 41:10.)
Aunque era un “varón de dolores y experimentado en quebranto”, Jesús también tenía que ser el hombre más feliz de toda la historia. Una de mis pinturas favoritas de Él es una en que Él está sonriendo.
Por medio de un profeta moderno, el Señor reveló que el gozo es más asociado con el ayuno que con la comida. (Doctrina y Convenios 59:13.) La Iglesia enseña que grandes bendiciones provienen del pago del diezmo y de las ofrendas, aun cuando los recursos sean escasos. Los misioneros sirven a su propio costo durante dos años, trabajando más duro de lo que han trabajado en su vida. Pero regresan llamando a esos los dos mejores años de sus vidas.
Verdadero gozo y felicidad
Encontramos uno de los ejemplos más grandes de las escrituras de la relación entre el sacrificio y el gozo en el Libro de Mormón. En Alma 26, Ammón, el hijo del rey, reflexiona sobre sus experiencias y las de sus hermanos durante los catorce años anteriores. Habían renunciado a sus reclamos al trono y habían renunciado a una vida de lujo. Se embarcaron en una misión aparentemente imposible de predicar el evangelio a sus enemigos, los lamanitas.
Colectivamente, Ammón y sus hermanos habían sufrido encarcelamiento, hambre, abuso físico, rechazo y “toda clase de aflicciones”. Se habían privado de todas las experiencias recreativas y sociales normales de la juventud. Pero con ayuda divina lograron conducir a miles de sus hermanos previamente antagónicos a la verdadera fe. En resumen, Ammón declaró: “Ahora, bien, ¿no tenemos razón para regocijarnos? Sí, os digo que desde el principio del mundo no ha habido hombres que tuviesen tan grande razón para regocijarse como nosotros la tenemos.” (Alma 26:35.) En total, hay unas cuarenta referencias en solo ese capítulo al gozo, amor, bendiciones, alabanza, canto y luz. Todo eso vino por experiencias que la mayoría habría pensado que no habría traído más que la miseria.
Es muy parecido a lo que sucede cuando nos miramos en un espejo no reversible. Hay aplicaciones disponibles tanto para Apple como para Android que convertirán un teléfono en un espejo que nos permite vernos como realmente nos ven los demás. Es muy diferente de ver la imagen invertida que normalmente vemos.
Puede obtener el mismo efecto colocando dos espejos regulares, uno al lado del otro, en un ángulo de 45 grados. A continuación, mire su imagen en el segundo espejo como se refleja desde el primero. Si bien es interesante ver cómo se ve realmente, es un poco difícil peinar el cabello o maquillarse mirando la imagen no invertida. Después de haber sido condicionados a mirarnos en espejos normales, intuitivamente queremos mover nuestra mano en la dirección opuesta de donde realmente necesita ir. (¡Pruébelo!)
Del mismo modo, asumimos intuitivamente que seremos más felices si obtenemos más en lugar de dar más. O si nos entregamos más en lugar de abstenernos de sustancias nocivas o actividades inapropiadas. O si perseguimos el ocio y la recreación, excluyendo la actividad en la Iglesia, la adoración, el trabajo y el servicio.
Un aprendiz lento
Aprendí parcialmente este principio cuando tenía diecisiete años y había estado trabajando largas horas en la cosecha de papas. Después de fracturarme la muñeca en un encuentro desafortunado con un camión, pensé que realmente no era tan malo. En lugar de tener que trabajar, podría disfrutar del resto de las vacaciones de la escuela sentado en casa. Pero en uno o dos días me di cuenta de que preferiría mucho haber estado trabajando.
Lo aprendí de nuevo en el verano de 1963, cuando acababa de regresar de mi misión en Uruguay. Llegué a casa a finales de junio y me preparaba para irme a la universidad en septiembre. Así que, el único empleo de verano que pude encontrar fue acarrear heno durante dieciséis horas al día bajo un sol caliente. Después de algunas semanas de trabajo tedioso, ese empleo se terminó. Me quedaba un mes antes de que empezara la escuela. Sin perspectivas de encontrar un trabajo por sólo cuatro semanas, me dediqué a lo que esperaba que fuera una relajación dichosa. Rápidamente descubrí que los largos días de acarreo de heno habían sido mucho más agradables. No se llamarían divertidos. Pero fueron satisfactorios, gratificantes, y condujeron a una felicidad mucho más profunda que mis días de ocio.
He tenido que volver a aprender este principio repetidamente a lo largo de mi vida. Cuando era misionero, no siempre era particularmente “divertido” tocar puertas o hablar con extraños. Pero me pareció profundamente satisfactorio una vez que lo había hecho.
Nadie tiene tanta felicidad por el alcohol o la indulgencia como yo he encontrado de abstenerme. Es más agradable para mí pasar el domingo en la Iglesia y en actividades de servicio que simplemente perseguir el ocio en el “día de descanso”.
Por supuesto, cierta cantidad de diversión, recreo y relajación es importante. Nos da la oportunidad de renovación física, mental, emocional e incluso espiritual. Jesús no siempre se dirigió apresuradamente hacia las multitudes. A veces iba en la otra dirección para escaparse de ellas. Hasta El necesitaba tiempo para meditar y renovarse.
De igual manera, José Smith, un profeta moderno, disfrutaba de jugar a la pelota, de correr, de tirar de palos y de la lucha libre. Dijo que tal como un arquero no querría que su arco estuviera siempre encordado, él no quería que su mente estuviera siempre estresada. Los líderes actuales de la Iglesia también son personas felices.
Pero el recreo y el descanso podrían compararse con el postre que se sirve después de una buena comida. El postre tiene su lugar, pero no es prudente comer demasiado de él o comerlo exclusivamente. La nutrición física proviene principalmente del plato principal, no del postre.
Y por nuestra salud espiritual, nunca queremos olvidarnos de que las escrituras enseñan que “existe el hombre para que tenga gozo”, no para que se divierta. (Libro de Mormón, 2 Nefi 2:25.) O, como José Smith lo resumió tan perfectamente: “La felicidad es el objeto y el diseño de nuestra existencia; y será su fin, si seguimos el camino que conduce a él; y este camino es la virtud, la justicia, la fidelidad, la santidad y el guardar todos los mandamientos de Dios.”