Hace años me encontré en una sesión de asesoramiento con una joven adulto-soltera que estaba pasando por una crisis de fe. No lo pude creer cuando ella me dijo sin rodeos que no tenía dudas en cuando a la existencia de Dios. ¡Simplemente no creía que fuera bueno!
Nunca se me había ocurrido que alguien que aceptara la realidad de Dios pudiera cuestionar Su amor y benevolencia. Desde ese entonces he llegado a darme cuenta de que tales sentimientos son demasiado comunes. Muchos señalan el mal y la tragedia en el mundo como una supuesta prueba de que Dios o no existe o no se preocupa por la humanidad.
Otros ven los mandamientos que se encuentran en las escrituras como restricciones. Piensan que si Dios de hecho existe, ¡seguramente no es muy divertido! Los Santos de los Últimos Días no son exentos de tales sentimientos. A veces preguntan cómo un Dios amoroso podría dejarles luchar con el desempleo, la enfermedad, y los conflictos familiares. ¿Y cómo podría El esperar que pasaran dos horas cada semana en la iglesia, horas adicionales cada semana en servicio gratuito, y pagar el diez por ciento de sus ingresos como diezmos? ¿Y realmente espera que además asistan al templo, hagan la obra misional, visiten a otros que tengan necesidades, y pierdan la mayoría de las actividades que sus amigos consideran agradables?
Una de las mejores respuestas que he escuchado vino de un discursante en Palo Alto, California. Hace mucho que me olvido de su nombre. Pero nunca puedo olvidarme de la lección que él dejó. ¡Dijo que hace toda la diferencia si vemos a Dios como un árbitro o un entrenador!
Gran parte de la humanidad a través de los siglos ha entendido que Dios es un árbitro severo. Están seguros de que Él está esperando poder penalizar a los jugadores del juego de la vida por infracciones de las reglas. Creen que está más interesado en enviar a la humanidad a un infierno interminable que permitir a regañadientes que unos pocos entren en el cielo.
Sin embargo, si vemos a Dios como un entrenador sabio y totalmente amoroso, anheloso de que sus jugadores tengan la emoción de la victoria, nuestra perspectiva cambia completamente. Los desafíos de la mortalidad se convierten en el equivalente de las sesiones de práctica deportiva. Los golpes y moretones del juego se convierten en un pequeño precio a pagar por el trofeo del campeonato. Y llegamos a ver los “mandamientos” como los secretos del éxito y la felicidad que Dios está compartiendo con aquellos que El ansiosamente quiere que tengan éxito.
He llegado a saber a través de la experiencia personal que Dios es un entrenador. Aunque no siempre disfruto o comprendo algunos de los desafíos y decepciones de la mortalidad, estoy convencido de que soy mejor por estar experimentándolos. Y la paz y el gozo que encuentro a través de seguir las recetas de Dios aquí me dan una gran certeza de que Dios está preparando a cada uno de nosotros para tener toda la paz interior aquí y toda la felicidad eterna que posiblemente podamos imaginar–y más.